A 15 años de “El Cisne Negro”: dualidad, obsesión y un vestuario inolvidable
La cinta de Darren Aronofsky marcó el cine contemporáneo, y su vestuario capturó con precisión la fractura interna de la protagonista.
Cuando Nina se transforma en el escenario, lo hace en cuerpo y alma. La metamorfosis que Natalie Portman interpreta en “El Cisne Negro” no sólo es emocional: es visual, textil, e intensa
En 2010, Darren Aronofsky llevó a la pantalla grande una inquietante interpretación del clásico ballet compuesto por Tchaikovsky.
La trama sigue a Nina Sayers, una bailarina atrapada entre la inocencia y la oscuridad.
La película, que mezcla el thriller psicológico con el drama artístico, explora la obsesión por la perfección, el sacrificio del cuerpo en nombre del arte y la pérdida de identidad frente a un rol que consume.
Pero más allá de su atmósfera tensa, su estilo visual o la impresionante actuación de Portman —que le valió el Oscar a Mejor Actriz—, uno de los elementos más potentes y comentados fue el diseño de vestuario.
Detrás de estos icónicos looks estuvo el dúo de diseñadoras Laura y Kate Mulleavy, fundadoras de la firma Rodarte. Si bien Amy Westcott figura como diseñadora de vestuario principal, el trabajo de las hermanas Mulleavy fue fundamental para los atuendos de escena: ellas confeccionaron cuatro tutús principales, incluyendo los de Odette y Odile.
Luz y sombra en el escenario: el simbolismo detrás de los trajes del Cisne Blanco y el Cisne Negro
Si hacemos un análisis más en profundidad, el vestuario del Cisne blanco representa perfectamente la personalidad de Nina. Frágil, infantil, inocente. Las plumas delicadas y el maquillaje que le dan un look etéreo la hacen ver casi irrompible.
Es la parte de ella que se somete a la búsqueda de la perfección mediante la disciplina extrema, atrapada en la idea de pureza y obediencia.
En contraste, el traje del Cisne Negro encarna todo lo que Nina reprime: sensualidad, ambición, caos. El corsé que es tanto armadura como prisión, y los destellos oscuros que reflejan confianza, insinúan una identidad que deja de complacer para tomar el control.
El vestuario no solo marca una transformación estética, sino que expone una fractura interna. El look funciona como una metáfora de la liberación de su lado oculto: lo sexual, agresivo y lo irracional.
Un dato curioso es que el vestuario fue tan meticulosamente elaborado que cada pluma del tutú negro fue cosida a mano.
Y otro detalle aún más simbólico: los trajes estaban diseñados para moverse de forma distinta en el escenario, acentuando con el movimiento las diferencias entre las dos versiones de la misma bailarina.
Hoy, a quince años de su estreno, “El Cisne Negro” es considerado un filme de culto, no sólo por su propuesta narrativa y visual, sino también por hacer que el vestuario de igual forma, refleje el conflicto interno del personaje.