Tejer para no olvidar: el crochet como memoria, estilo y discurso en Chile
Una socióloga y creadora textil nos cuenta porqué esta técnica es una forma de expresión, herencia y hasta resistencia a la moda rápida.
¿Puede un chaleco contar una historia? Para Samantha Cornejo (28), sí. Desde su tienda de tejidos a crochet, Eterea, esta socióloga chilena reivindica el diseño lento, emocional y con identidad.
En un mundo dominado por la moda rápida, su propuesta rescata el valor de lo hecho a mano, la herencia familiar y el tejido como una forma de expresión ideológica y personal. “Yo considero el tejer como algo político. No político así como de derecha e izquierda, sino porque actualmente la moda es muy rápida. El tejer es lento, entonces lo veo como un acto revolucionario”, cuenta.
Su relación con el crochet comenzó a los nueve años, cuando acompañaba a su abuela a los Centros de Madres. Ese espacio, recuerda, estaba cargado de historias y resistencia silenciosa: “Era un espacio seguro en donde compartía con otras mujeres y se contaban sus cosas (…) Se refugiaban entre ellas mismas”, dice Samantha Cornejo.
Años después, en plena pandemia, el tejido volvió a su vida primero como un pasatiempo y luego como homenaje. Tras la muerte de su abuela, Samantha convirtió su tienda en un espacio de memoria.
La historia del crochet
Históricamente, ha sido un oficio asociado a lo doméstico y lo femenino en Chile, y también, a lo social y económico. Como explica Samantha Cornejo: “el crochet nació desde las clases más bajas para simular los encajes de las clases altas”.
De esta forma, podían aparentar que tenían piezas elegantes y que pertenecían a otra situación a través de la moda, una de las muchas formas de demostrar estatus en una sociedad.
Esta práctica formaba parte de las numerosas actividades de los Centros de Madres, conocidos en el siglo XX por su importancia como promotores del cambio social y la lucha contra la desigualdad. Algo que cambió a partir de 1973.
Según Cornejo, en ese entonces era: “una forma de control doméstico, como para legitimar lo que tenía que hacer la mujer en la casa”.
Y aunque los años han cambiado tanto la percepción de estas instituciones como del crochet en sí mismo, Samantha creció con la idea de que tejer era algo mucho más que solo lana y hacer puntos.
Un trabajo con alma y corazón
Para Samantha, cada prenda es más que simple tejido: es un relato vivo. “Un chaleco es una parte de mí (…) tienen algo que decir, como una historia”, asegura.
Por eso también se emociona —y cuestiona— cuando el crochet aparece en la alta costura. Aunque le gusta que la popularidad abra el espacio para dar a conocer a las personas que se dedican a esto, la producción de las casa de moda también viene con un efecto negativo.
“Casi todas estas marcas gigantes que hacen cosas tejidas, realmente no son tejidas. No la teje una persona atrás, sino que es una máquina que los va produciendo. Entonces se pierde mucho del proceso y de la calidad real”, advierte la emprendedora.
Hoy, su trabajo se reconoce por los colores vibrantes y las piezas únicas. No repite diseños, afirma ella. Y esa autenticidad contrasta con la lógica del retail, donde un mismo modelo se multiplica en serie.
Cortesía de Samantha Cornejo
En un contexto donde la moda avanza a velocidad vertiginosa, Samantha prefiere la lentitud de lo hecho a mano. Su visión conecta tradición y presente, y demuestra que la moda también puede ser memoria.