Cómo ir a Puerto Rico me ayudó a querer mi cuerpo aún más
Este viaje me enseñó que la verdadera libertad no está en el destino, sino en cómo nos permitimos habitar nuestro propio cuerpo y disfrutar sin culpa cada momento bajo el sol.
Resulta que yo nunca había viajado a una playa, ni siquiera a las de Chile. O sea, sí, pero jamás me había bañado, porque me parecen muy oscuras o frías, al menos las que tengo cerca.
Como contexto, soy una chica que se crió a puro baño en río, de esos en los que ves hasta el fondito las piedras, de aguas cristalinas soñadas. Pero bueno, eso es otro tema.
La cosa es que nunca había estado en mis planes ir al Caribe, a los all inclusive y todo ese mundo que es muy popular, pero no lo era para mí. ¿Qué tenía que pasar para que mi pensamiento cambiara? Bueno, que Bad Bunny, Benito Antonio Martínez Ocasio, hiciera una residencia en Puerto Rico.
(Nota: Las residencias son cuando un cantante o banda decide hacer muchos conciertos en un solo lugar, y nosotros vamos a ellos, no ellos a nosotros).
La verdad es que yo, mega híper fan de Bad Bunny, no era, pero se juntó el hambre con las ganas de comer, como dirían mis abuelos. Mi hermana lo ama, a mí me encantó el último disco, y además todo esto era en Puerto Rico… o sea, a una Visa Waiver de distancia. Había que ir. Pasaron meses y meses en los que el viaje no era una preocupación.
Solo sabía que iba a hacer mucho calor y que sería un viaje de hermanas. No compré mucha ropa, solo varias sandalias, porque no suelo usarlas.
Mi hermana, en cambio, se compró un clóset completo: mucho peto, mucho bikini, mucho escote, mientras yo me preguntaba: “¿Cómo voy a convertirme en esa persona playera que no existe en mí?”. Y claro, no entendía bien lo que era el Caribe y esa vibra que hace que una inviernista como yo quiera tener residencia definitiva en la isla del reguetón.
Llegamos, y el primer día fue fuerte. Salir de ese aeropuerto y sentir cómo se respira el calor, la humedad… solo me permitía pensar: “¿Cómo Benito no se quiere ir de aquí?” (que es el nombre de la residencia). Te subes a un Uber y comienzas a entender que nadie te mira raro, todos te dan la bienvenida, quieren conversar contigo, darte tips, te cuidan y ayudan. Quieren que disfrutes y que te pongas lo que te dé la gana para sentirte cómoda.
Te cambias de ropa y vas a la playa, sin entender bien si vas muy tapada o muy destapada. Caminas unas tres cuadras y te das cuenta de que en la esquina hay una farmacia, pero la arena empieza a adentrarse en la ciudad. De repente, de la nada, llegaste a esa playa hermosa, de arena finísima y clara, de un cielo despejado y la bandera de Puerto Rico de fondo.
Miras a tu alrededor y hay personas de todos los tamaños y colores, y qué raro… todos se visten igual. Todos usan blanco, todos usan colores, todos usan bikini. Nadie camina con ropa o salida de baño puesta, todos se mueven por la playa sin importar lo que se mueve en ellos.
Hay algunos pareos, pero todos caminan tranquilamente. Nadie se mira para nada más que para conversar o cantar las canciones de Benito que suenan de fondo. Todos nos sentimos felices de estar allí.
Qué sentimiento más bonito. No solo por estar de vacaciones, sino por tener la tranquilidad de acostarte en la arena sin sentir que quienes pasen por el lado te van a cuestionar.
Eso fue mi primer día en PR, y ahí supe que sería muy difícil no querer volver. Algo que solo me había provocado NYC hasta el momento. Ni siquiera el Palacio de Versailles me hizo sentir lo que me hizo sentir PR. Te hace sentir como que perteneces, como que nada en ti está mal, como que todos podemos disfrutar lo mismo. Para alguien como yo, que ha trabajado muchos años en su autoestima, amor propio, confianza y desarrollo personal, es literalmente un portazo en la cara sentir que aún te quedaba por trabajar en soltar cosas.
Me había faltado soltar el “disfruta andar con algo mucho más arriba de la rodilla” y sentirme tranquila haciéndolo. Disfrutar de usar un traje de baño llamativo, porque da lo mismo que te miren. Nunca había estado en un lugar donde me sintiera realmente libre, donde no me sintiera juzgada porque mi cuerpo ocupa más espacio del que la sociedad dice que corresponde.
Y es que, si uno lo piensa tan solo un poquito, casi todos somos capaces de bailar, de sentir la arena y el agua del mar, de estar rojos del calor, de quemarnos mucho sin haber querido, de disfrutar un agua de coco o una piña colada, de entablar una conversación agradable para que alguien te cuente sobre su cultura, de sentirnos igual de atractivos con un poquito menos de ropa.
La verdad es que yo, en general, me siento demasiado capaz de muchas cosas. Mi cuerpo, hace muchos años, no se siente como un impedimento para desarrollarme profesionalmente o incluso vestirme como me da la gana. Pero antes de este viaje, no me había cuestionado lo encasillada que me sentía en cuanto a lo que es disfrutar libremente un placer tan típico como viajar a la playa o al Caribe. Una vez más me queda muy claro que con cada experiencia, uno crece: o se gana, o se aprende. Incluso cuando pensabas que iban a ser solo unas muy esperadas vacaciones.
P.S.: Benito Antonio Martínez Ocasio, TE AMO.