Oficios que resisten: lo que un sombrero me recordó
Mi visita a la tienda “Donde golpea el monito”
Hace unas semanas me escribieron desde la tienda Donde Golpea el Monito para proponerme una colaboración con Reviviendo Mil Prendas. Y no lo dudé. Ese nombre lo había escuchado tantas veces, anotado mentalmente como “pendiente de visitar algún día”. Pero el tiempo pasó y pasó, hasta que fue el propio “monito” quien me golpeó la puerta, invitándome, literalmente, a conocerlo.
La primera impresión fue la fachada: blanca, imponente, con letras grandes negras que no permiten ser indiferente. Afuera, algunas personas miraban con curiosidad la vitrina (y al monito golpeando, ícono del lugar). Me acerqué y pregunté si conocían la tienda. Todos lo habían escuchado nombrar alguna vez. Algunos estaban ahí por primera vez, otros buscaban un sombrero en particular. Y es que ser especialistas en sombreros desde 1915 no es cualquier carta de presentación.
Al entrar, el aroma a café cargado ya era un buen augurio. Adentro, vitrinas antiguas, una caja registradora que parecía salida de un museo, fotografías en blanco y negro que contaban una historia de más de un siglo y, por supuesto, decenas de sombreros esperando cabezas: grandes, pequeños, rojos, azules, amarillos. Mis favoritos: de algodón y lino, especialmente las boinas estilo ferroviario.
Mi abuelo fue ferroviario toda su vida. Nunca lo he visto salir sin un sombrero, siempre del mismo modelo. Verlo hasta el día de hoy con ellas me parece un lenguaje, un código que habla de identidad, del oficio que practicó por años y de un sello personal. Tal vez por eso me gustan tanto y las uso de vez en cuando.
Recorrí la tienda varias veces. Me gusta repetir las miradas para grabar los lugares en mi memoria. Subí por esas escaleras que uno suele ver en películas para alcanzar las repisas más altas. Desde arriba, el panorama era distinto, casi como si pudiera abarcar toda la historia con un solo vistazo.
Grabé contenido para redes sociales (lo pueden ver en @reviviendomilprendas), pero más allá de la colaboración, la conversación con Roberto Lasen, tercera generación del lugar, me dejó pensando. Me contó que muchos presidentes han usado sombreros de allí. Que la tienda, con mucho esfuerzo, sobrevivió a la pandemia, casi como un acto heroico para recuperarla. Además, la primicia es que ofrecerán un servicio para revivir sombreros olvidados en nuestro clóset: rediseñarlos, decorarlos, darles una segunda vida.
También, me contó que son últimos que resisten en el mismo lugar. Y aquí es donde la historia de un sombrero se cruza con la de tantos oficios que han ido desapareciendo en silencio.
Pienso en zapateros, costureras, relojeros, en todas esas manos que guardan destrezas que no se aprenden en un tutorial de internet. Historias que muchas veces se han quedado inconclusas por falta de clientes, por la competencia feroz del fast fashion, por arriendos imposibles de pagar o simplemente porque la perseverancia también se cansa cuando el bolsillo se agota. Estoy segura de que mientras lees esto, alguna tienda antigua que cerró, se te viene a la memoria.
No son solo suposiciones. En Chile hemos visto cerrar fábricas que alguna vez fueron referentes. Roberto, me hablaba de la concentración de sombrererías que existían en el barrio antiguamente, y me imaginé lo que debió ser caminar por esas calles cuando los oficios aún llenaban las veredas.
Históricamente, hubo un quiebre. Durante los 80, comenzó un proceso de externalización del trabajo que buscaba abaratar costos y hacer competitivo el mercado nacional. Esto significó despidos masivos y la desarticulación de fábricas. La industria textil chilena que en los 70 producía aproximadamente el 97% del vestuario que usaban las familias, cayó en picada. Hoy, esa cifra bordea apenas el 7%. ¿Lo sabías?
Pero más allá de las cifras, hay algo que no podemos medir con porcentajes y es la pérdida del tejido social que se construía en torno a estos oficios. La cercanía de ir donde la costurera de la esquina, el zapatero que conocía tu andar, el sombrerero que te aconsejaba la mejor talla para tu cabeza. Eran relaciones que trascendían lo comercial.
Visitar Donde Golpea el Monito fue un recordatorio de que aún hay lugares que resisten. Que, a pesar de las dificultades, hay quienes siguen creyendo que vale la pena conservar un oficio, transmitirlo y actualizarlo sin perder su esencia. Y que nuestra responsabilidad como consumidores cuenta. Elegir comprar en estos lugares es valorar la historia detrás de cada pieza, entender que un objeto bien hecho no solo dura más, sino que también cuida lo que somos y la historia.
Quizás no podamos volver a tener una industria como la de los años 70 (ojalá que sí). Pero sí podemos decidir qué apoyamos con nuestras decisiones de compras, qué historias queremos que se sigan manteniendo. Porque cada vez que una tienda como esta cierra, no solo se pierde un negocio, se apagan saberes que jamás se recuperan.
Mi visita terminó con un café bien cargado, observando cómo una señora se probaba un sombrero café frente al espejo. Fue imposible no atreverme a decirle lo bonito que le quedaba. Y pensé que, tal vez, mientras haya alguien que se lleve un sombrero de este lugar, su historia seguirá viva.
Que nunca se acabe el oficio, ni tampoco ojos que sepan reconocerlo.
Un abrazo a tu alma revividora.