Mafalda: la niña que nos enseñó que repetir vestuario también es rebeldía

Créditos: Daniela Seguel

Cuando pienso en mis primeros vínculos con la lectura, inevitablemente aparece Mafalda. Esa niña de ojos grandes y preguntas certeras me acompañó desde la infancia, con su vestido rojo y su moño inconfundible. Tal vez no lo sabía entonces, pero esa imagen fija, esa ropa repetida viñeta tras viñeta, estaba sembrando en mí una forma distinta de mirar la moda y el consumo.

En Temuco, mi abuela me llevaba cada viernes a la biblioteca municipal. Íbamos directo a los tomos de Mafalda, donde me esperaban Susanita, Manolito, Felipe y, por supuesto, ella. Al principio la bibliotecaria me advirtió que aún era pequeña para entenderla, pero no me importó: me atrapó esa portada, ese vestido. Así nació un ritual que se volvió sagrado.

Con el tiempo entendí que no se trataba solo de humor: había algo más en esa niña que siempre vestía igual. En un mundo que nos empuja a cambiar de ropa cada temporada, Mafalda nos recuerda que repetir puede ser un acto de coherencia, incluso de rebeldía.


Un vestido, un manifiesto

Un día, entrevistando a Guillermo Lavado —sobrino de Quino e inspiración para el personaje de Guille— le pregunté si creía que el vestuario constante de Mafalda podía entenderse como una forma de resistencia al mandato de la moda cambiante.

Me respondió que probablemente no, que Quino simplemente seguía la lógica de su época, donde los personajes de historieta siempre vestían igual. Pero a mí me gusta pensar que ese vestido rojo es también un manifiesto: que la identidad no depende de la renovación constante, sino de la autenticidad.

Hoy, en plena era del fast fashion, esa constancia estética se lee como un gesto de slow fashion: un guardarropa mínimo, icónico y reconocible. Un uniforme de libertad.


Moda y memoria

Conversar con Guillermo fue como abrir un álbum familiar. Me habló de Quino, de cómo se autorretrataba con gorros milaneses y bufandas, siempre elegante, siempre él mismo. También recordamos esas viñetas en blanco y negro, sobrias, cargadas de humor pero también de sombra.

Me conmovió especialmente cuando dijo:

Hay tantas cosas que uno no habla con la gente cercana y querida… y un día, cuando alguien se va, implosiona hacia ese agujero negro al que parten también todas sus visiones y memorias.

Lo escuchaba y pensaba en la ropa: en esas prendas que heredamos, repetimos o conservamos. La moda, lejos de ser banal, puede convertirse en un puente de memoria y en un modo de resistencia cultural.


Repetir no es aburrido

Tal vez no todas las niñas quieran ser como Mafalda, pero todas encuentran algo en ella: una pregunta, una certeza, una rebeldía. Y en su vestido rojo hay una lección que hoy resulta urgente: repetir no es aburrido, es poderoso.

Cada vez que nos sentimos presionados por estrenar un outfit nuevo, podemos recordar a esa niña que nunca cambió de ropa y, sin embargo, marcó generaciones. La moda también puede ser sustentable cuando elegimos con consciencia, cuando convertimos una prenda en símbolo de identidad.


Legado vivo

Escribo esta columna para agradecer:nA Mafalda, por enseñarnos a dudar. A Quino, por hacerla existir. Y a Guillermo, por compartir con generosidad su herencia.

Porque hay cómics que se leen, y otros —como este— que se viven. Y porque la moda también puede vivirse así: como una forma de resistencia, ternura e identidad.

Querida alma revividora: que nunca se nos pase la edad de preguntarlo todo.

Daniela Seguel

Actriz, comunicadora y creadora de Reviviendo Mil Prendas 

https://www.instagram.com/reviviendomilprendas/?hl=es
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